domingo, 30 de enero de 2011

El crujido

Ya no la inmensidad,
la luna perdida entre las nubes ausculta algo
que no es nada.
Se acabó el brillo y el fulgor se detuvo,
como un espasmo, se detuvo mi mano en el aire
que acabó con todo.
Un no más intenso que el sí
de las niñas, esas que
creían en el destino y en las mareas,
la luna perdida entre las nubes,
esas que corrían a arrancar amapolas,
con la boca succionaban el tallo
de cada cual, raspaban con los pies rocas
hasta roerlas, más que el aire y el agua,
el tiempo perdido de las niñas se acabó,
como un espasmo; ni un solo gemido en la noche
cruje la intensidad, se derrama.
**
De La dicha, recopilado en La mitad de la verdad (ambos en bajo la luna editorial, 2004 y 2008, respect.)

miércoles, 26 de enero de 2011

La acción, la pasión

EL RUIDO


Cuando ya me olvide de estar siempre
a la espera de un
desenfreno, cuando
tome real cuenta de que esto conlleva
graves lesiones cardíacas, el sobresalto,
el timbre que uno creía
estar esperando, la velocidad,
el vértigo que uno creía
desear hasta tal punto,
recién entonces el silencio
será como un útero lleno o una cabeza
llena de algo que no es conocimiento
o las dos cosas llenas o vacías
pero al fin el silencio no aturda, cuando
ya me olvide
de lamer eso con lo que una
creía llenar
el estómago la cabeza el útero el oído, o
simplemente el corazón las manos,
cuando todo o nada se calme
pero me olvide, el silencio
vendrá a mí como un amante
casi perfecto, casi amado,
mi tolerancia será finita o infinita,
la entrega será parcial o
inmediata,
me olvide, cuando por fin olvide,
el silencio será
tan intercambiable
como cualquier persona o cosa,
tan insustituible
como cualquier persona o cosa,
tan irremediable como la salud,
esa que soporta o sostiene o sobrevive,
cuando deje, por fin deje
trabajar a la memoria como esas máquinas
que una vez terminado el mundo
siguen funcionando, autómatas, y
el silencio sea
lo que vibra alrededor,
lo que se mueve o ya no se mueve alrededor
de la memoria, lo que ya
no reacciona ni sobresalta
ni obtura el timbre, la sordera, me olvide
de oír
o de esperar el ruido, el vértigo, eso que
creía era la acción, la pasión
el encuentro con algo con alguien que
creía era no era, cuando
me olvide y me duerma o
abra los ojos para descubrir
el sueño o lo que vi, después de todo,
cuando me canse o me desvele,
qué será del silencio
qué será de ese algo de esa nada,
el factor
constante, alucinado que habla que calla
canta.
**
De Solo de contralto (Galerna, 1995), recopilado en La mitad de la verdad (bajo la luna, 2008)

lunes, 24 de enero de 2011

Lo que no digo a veces lo dice mi voz

EL TONO


Mi voz dice lo que no quiero decir,
mi voz tiene otro tono,
lo que quiero decir no lo dice,
dice otra cosa.
Lo que no digo a veces lo dice mi voz
o el silencio, el mío, lo dice pero
no se entiende. Mi voz larga
un ruido grave, un
comentario gutural, casi sin voz.
Mi voz no escucha lo que digo.
Yo escucho a mi voz decir
otra cosa.
Lo que no digo no puede oírse, y eso
es lógico. Cuando mi voz lo dice
a veces, el tono suena
desligado de mí, el sonido, el tono
es otro.
Lo que quiero decir no se escucha. Mi voz no habla,
semeja un tono
cansado de sí, del otro tono que no dice
más que un comentario, grave, baja
mi voz
cada vez que escucho, sordo el sonido
de lo que digo a veces
en un hilo casi
al otro casi,
una sola
vez que diga
lo que no quiero, mi voz,
oír.
**
De Solo de contralto (Galerna, 1995), recopilado en La mitad de la verdad (bajo la luna, 2008).

martes, 18 de enero de 2011

El pavo, si no es real, puede tener belleza?

KASPAR HAUSER Y LA LUZ EN LA VENTANA


¿Puede tener belleza un pájaro pesado?
¿El pavo, si no es real, puede tener belleza?
Así y todo no hay por qué pensar en
pájaros que se eleven, ni en pavos
para saber lo verdadero.
Pero si aquí está la verdad: un
ente que camina y que no vuela
alguien desesperado por las estrías de sus tejidos
y el anquilosamiento de su cabeza;
desde hace un rato
alguien camina y es torpe
trata de estirarse hacia
una ventana –de ahí viene el vuelo–
lo consigue y después
¿puede ser bello Kaspar Hauser
mirando la luz por la ventana?


Basado en el personaje del film homónimo de W. Herzog
De La luz en la ventana (El Escarabajo de Oro, 1982), recopilado en La mitad de la verdad (bajo la luna editorial, 2004)

viernes, 14 de enero de 2011

Como si esto o lo otro o lo de más allá

“LA FORNICACIÓN ES UN PÁJARO LÚGUBRE”
Abelardo Castillo


Escucha cómo cae la lluvia,
como si no hubiera amor ahí
ni luz, nada más líquido, más sonoro,
como si sólo eso quedara,
sin amor sin tiempo
sólo mi mano que cierra casi todo,
tus párpados como a un muerto,
y de a una cada mano tuya, agua en los párpados,
yéndose de cada mano
como se va de una piedra o de un bosque,
sin apuro cae,
sin malicia, inunda lo que no debería,
escucha cómo cae
solamente,
como si nadie viviera ni me tocara ahora
o nunca me tocara
salvo lluvia
como si la fornicación fuese congoja pura,
un pájaro lúgubre,
escucha, escucha cómo cae
mi cabeza en el magma de tu axila,
sin amor, sin tiempo,
disonancia,
como si esto o lo otro
o lo de más allá
acabara siendo lluvia,
algo de placidez
o de borrasca,
como un náufrago que espera no la isla
sino la nada, como si no hubiera tiempo, amor,
y un pájaro lúgubre gritara la desesperación del mundo
lluvia sobre un techo de zinc,
y fuera eso,
lluvia que cae sobre un techo de zinc,
el mundo sin necesidad,
como un pájaro que pierde el vuelo y cae
extenuado, apenado de sí mismo,
sostuvo el cielo allá arriba
entre las alas, y ahora, no pienses,
escucha,
no, así no, por qué así,
escucha cómo cae la lluvia.

De La dicha (bajo la luna, 2004), recopilado en La mitad de la verdad (bajo la luna editorial, 2008)

martes, 11 de enero de 2011

LA CALMA

No se puede o no es posible, ya no me acuerdo cómo
lo dijo Ortiz, vivir en permanente estado de
grieta. Pasar de la euforia a la grieta
es adolescente, no maduro,
algo así decía.
Entonces qué es ser adulta. ¿Pasar
a la tranquilidad, casi obsesiva,
y no caer, subir
como un exabrupto?

¿Es no adolescer?

Miller, otro escritor, se reía tanto,
iba por la calle y charlaba
con la gente, en la feria, en los bares,
en un momento en que sufría dijo:
Ah, moriré de tranquilidad.

Sólo dos veces anduve tranquila,
¿o tres?, ¿o cuatro?
Digamos que diez veces anduve tranquila,
y miraba el sol con un respeto mutuo,
nos hacíamos guiños como si yo supiera que más tarde
iba a nublarse, y como si el sol supiera
que a su pesar, a mi pesar,
no iría a defraudarlo, en
el ojo de la tormenta. No,
la calma no era artífice de ningún
pensamiento preconcebido, titilante, sobre la
historia del mundo,
el mundo y yo caminábamos
en esos pocos momentos, como si la grieta
o la euforia
no fueran aplicables
a lo que nos pasaba.
La gente sabe mucho más sobre esto
que una,
la gente sufre y tiene picardía,
y se alegra. Bueno,
sabe mucho más que una.

Por eso ¿qué es la adultez,
don Ortiz?
Si
no adolescer
ni morir
de tranquilidad
(¿sólo al final? ¿en el eterno final?)
o de intemperie.

De La calma (Libros de Tierra Firme, 1991), recopilado en La mitad de la verdad (bajo la luna editorial, 2008)

domingo, 9 de enero de 2011

YO ESTUVE A LA ORILLA DE UN RÍO

Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se
llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


Yo estuve a la orilla de un río
blanco, yo vi un río blanco desde mi ojo
terriblemente azul
por la mirilla de un arbusto,
no la alcantarilla.
Palpé los ganglios de ese río, latían
como laten los sapos de René Char,
afortunados.
Desde ese ojo vi que mi sombra bailaba
mientras yo observaba quieta
la orilla, la de un río blanco. Estuve
como puede estar cualquiera, de paso,
de rodillas, así miré, toqué una arena abandonada,
blanca como un río que vi desde la orilla.
Nunca digan que poseo una voz
particular, nunca mi garganta plagió tanto
el borde de ese río.
Yo estuve a orillas de un río
blanco como arena abandonada, arena tibia,
danzaba y mi sombra
miraba el horizonte, buscaba un rumbo,
islas perdidas buscaba, a orillas de un río
blanco, de agua blanca.
Esa agua latía como un ganglio,
deseosa,
arropada en un andar tranquilo,
y dejaba en la orilla sólo arena,
una arena blanca,
abandonada.

de La dicha, recopilado en La mitad de la verdad, bajo la luna editorial, 2008

sábado, 8 de enero de 2011

La sombra de Eco canta

Persistencia retiniana


A la par de su padre como una sombra
y de su madre como la otra
no nombrada. Encrucijada
y todas las versiones
de una misma, que no puede partir
la diferencia.
Lelé Santilli


Ilusa, persiste en la retina un
grave error: une
y enlaza lo que naturalmente es
por separado;
la sombra de Eco canta
ligatto la nota del que
sólo se ve
a sí mismo: el agua
o el esperma hacen
burbujas en la orilla. Quién puede oír
detrás, de la colina, a la otra que cava,
engendra.

Persiste, ilusa,
la retina,
no puede fijar cuadro por cuadro.

Inédito

lunes, 3 de enero de 2011

La mujer olvidó su sombrero en casa

EL ROCE


Está sentada en un parque, en el
pasto. Hay una sombrilla que
no cumple su función, porque
está a un lado.
La mujer olvidó su sombrero
en casa y se sonríe.
Mientras el aire mueve las hojas de su cuaderno
y hace revolotear las mangas de la blusa,
ella siente sólo eso.
Escribe que está en medio del
parque, que olvidó su sombrero y
es extraña esa hora, el perfume de los tilos, y
esa luz del pasto.
Ahora camina y recuerda a medida que
camina. Hubo otra tarde,
otra luz, ella estaba arrodillada en
el piso y había una fiesta:
su cabeza volaba como ahora,
las voces se unían, eran extrañas.
Luego pensó que el corazón y la memoria
eran iguales, casi iguales como el vuelo
de dos mariposas nocturnas. El roce
de su vuelo con el aire.

De La luz en la ventana (El Escarabajo de Oro, 1982), recopilado en La mitad de la verdad (bajo la luna editorial, 2008)