jueves, 26 de enero de 2012

Exhalás humo

Quedaste agotado después de leer ese libro. Ahora, lo mirás con desprecio sobre el escritorio, mañana lo pondrás nuevamente en el estante, antes lo abrirás, repasarás una que otra página, lo volverás a cerrar ofuscado. 
Levantás las cobijas y te frotás los párpados mientras volteás desde el talón primero un zapato, de inmediato el otro, y apoyás por primera vez en la noche los pies en la madera. Hace frío, ahora lo notás, o es el cansancio. Nada mejor o peor que ese desvestirse y mirarse así, semidesnudo, libre de botones, el cinturón que apretaba la cintura, los calcetines dentro de cada zapato. Ahora el techo, las paredes, el último cigarrillo con aliento a menta y lo que quedó de la boca pastosa antes de la higiene. Recordás que dejaste la copa de ron y de un salto salís de la cama, llevás la copa a la cocina, le das un enjuague superficial; no soportás el olor ni el aliento a alcohol, apenas el de un cigarrillo que supuestamente va a relajarte o te podría llevar al sueño. Seguís pensando en el libro, se te ocurren reflexiones que nunca anotarías pero quedan, van quedando mientras aplastás la almohada e intentás que el arco de la nuca entre en esa concavidad. 
Añorás el coito, un cuerpo, aunque más no sea este, ese o aquel. Y te das vuelta. Programás ahora la alarma del celular, por si acaso, para no levantarte abombado ni después de hora. No lo apagás nunca; que molesten.  
Una moto chirría el asfalto allá afuera; alguien pega un grito. La ventana. Hora de ir a mirar por la ventana. El cielo está blanco otra vez, pura escenografía. Descalzo, semidesnudo, empezás a elucubrar y a mirar las cosas de un modo igual a la fascinación. La noche es más cambiante que la germinación del poroto, pensás y te reís; que engendrar un hijo. 
Bajás la cabeza y exhalás.   
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Inédito, de Piezas mínimas

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