viernes, 4 de marzo de 2011

Levanté la cabeza y miré el sol

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Yo me acuerdo cuando una vez a la tarde no fuimos a la playa porque mi abuelo se murió en el jardín de adelante. Estaba jugando con él a subirnos a las rejas de la ventana, y de repente él se cansó y me dijo que iba a dormir una siestita. Yo estaba parada junto al rosal, entonces él vino y se acostó al lado mío para dormirse acompañado. Pero vino mi madre y la abuela Sara salía y entraba de la casa a los gritos haciendo un escándalo que no entendía. Lo van a despertar, me decía yo, está lo más tranquilo y lo están molestando. Y a mí me sacaron del jardín y después no pudimos ir ni a los médanos. Me gritaban que me quede quieta y callada. Y mi abuelo se fue, porque yo no lo vi más. Y ahora cuando me preguntan digo que se murió a la siesta. Ni él ni yo nos hicimos problema. Estaba tan tranquilo, y ellos vinieron y lo jorobaron todo el tiempo. Lo taparon con una lona grande que llevábamos a la playa para acostarnos todos juntos y a mí me decían que salga de ahí, que no ves, que vaya a la cocina. Y no lo vi más. Ni a mi abuelo ni a esa lona tampoco porque dijeron que no servía, que estaba vieja.
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Me voy a la calesita. Ella me grita que no puede, que hace la sopa. Grita y corta la zanahoria y el zapallito hasta que saltan al piso. Yo le pido que vayamos a la calesita pero se enoja peor. Bajé sola la escalera y en la vereda doblé y seguí caminando por la vía muerta del tranvía. Es más lindo por ahí porque el pasto se mueve debajo de las zapatillas. Arranqué esas flores lilas del costado y me fui chupándoles el tallo verde.

Cuando llegué, el calesitero estaba del lado de adentro. Le golpeé la reja y salió. Me pregunta que qué hago y yo le pregunto que a qué hora va a abrir. Falta, dice, falta. Dice que son las diez todavía, entonces me siento. Yo espero, total... Espero tranquila. El árbol más alto se mueve y las hojas me hacen cosquillas en los ojos con la luz, así que a cada rato tengo que bajar las pestañas y la cabeza.

Los caballos y la carroza y todo está tapado con la lona. Cuando se levante, corro y me subo. El calesitero silba y me mira. Agarró la campana de madera de la sortija y se puso a lustrarla. Yo miro para otro lado pero creo que falta poco. Le pregunté la hora y me pregunta qué hago acá tan temprano. Le cuento que ella está picando la sopa y no tenía tiempo. ¿Falta mucho?, le digo. A cada rato se ríe y dice que falta. Ahí me pongo triste y miro la lona. Levanto los coquitos de los eucaliptos y hago que juego. Ahora tengo hambre y me siento y me aprieto la barriga. Espero. Levanté la cabeza y miré el sol. Por la calle veo un auto negro que se para y ella baja y me llama a los gritos antes de bajarse, asomada por la ventanilla. Me dice que me anduvo buscando en toda la casa, por todos lados, que me quede tranquila así sentada. Ella me abraza y llora. Yo no le creo porque me agarra muy fuerte, no como si me estuviera retando pero parecido. Que le prometa que no lo voy a hacer más, que a la tarde me trae pero que por favor no le haga más esto. Me compra un pirulín y no le creo. Volvemos a casa y subo la escalera yo primero. Desde abajo hay olor a sopa rica, la que ella hace.
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De Una letra familiar, bajo la luna editorial, 2007.

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