Alguna vez yo tuve esa violencia en la voz y en el trato,
Juana me la dictaba desde un orden,
desde esa ley: reíte, me decía, de aquel guijarro humilde,
piedra
seremos.
La risa fue envuelta
como se envuelven los panecillos, tiernos,
contundentes, iguales a una fe;
mirábamos Juana y yo las cosas y las cosas
se endurecían como el pan, como el cristal que evita
su zona de clivaje, ese único
punto donde ¡todavía no! hacernos
añicos.
Soberbia como ninguna
ahora escribe Dejame aquí sentada hasta el final
ese día seré conmovedora
digna de piedad. Yo asiento con la cabeza
y cubro sus manos con las mías.
Inédito
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