Pensando en voz alta


Palabras de presentación de NI LA NOCHE NI EL FRÍO
de OSVALDO BOSSI
Julio de 2012
Por Irene Gruss
Con Bossi tenemos una relación, y voy a hablar siempre de escritura, en la que nos miramos a los ojos y yo sé que él sabe y él sabe que yo sé. Él me perdona todo y yo no le perdono nada. Nos conocimos hace tantos años…, Bossi era un escritor pasado de hambre y aun así soberbio, no creído pero soberbio, y seductor hasta la médula. Y aun así me visitaba para que lo mirara a los ojos, para que no le perdonara una. Me leía sus poemas perdidamente enamorado de las palabras y yo he llegado a decirle cosas como “¿Y qué querés que le haga?”, “No compro porque me seducen pero no conmueven”, etc., por lo menos. Así se ha ido cantando bajito más de una vez, y yo me quedaba con mi rigidez a cuestas.
Si hay alguien que pesca la basurita que cada uno tiene, sigo hablando de escritura, ése es Bossi, mi amigo Osvaldo. No sólo porque sabe verla en sí mismo y no se lo perdona. Bossi es un gran observador, un escritor que reflexiona y ahonda sobre esa basurita. Aulicino dice en un poema: “Como quien con la uña saquea una pera / así creyó que saqueaba la realidad”. Así siento que hace Bossi su poesía: como quien con la uña saquea una pera. Así entra en el detalle y deja el aire en suspenso para que uno reflexione, elabore lo que hace. Porque lo que hace no es solamente conmovedor; permanentemente muestra la hilacha: mirá lo que digo, mirá bien cómo lo digo, parece decirnos en off, en ese aire en suspenso en que nos deja. Esto me da pie para entrar en un tema que sobrevuela la obra de Osvaldo, y que es la relación entre frivolidad, entiéndase por ésta puerilidad o inutilidad, y desamparo; dos cosas aparentemente difíciles de asociar una con la otra, y que sin embargo llaman la atención en el recorrido de sus libros. 
Tomo un fragmento de las palabras de Francesc Torralba Roselló: "La frivolidad es la gran virtud postmoderna. Consiste en no tomarse nada excesivamente en serio, en evitar la confrontación dialéctica, en optar por una cultura de la representación por contraposición a la autenticidad como actitud vital. La frivolidad se relaciona íntimamente con la actitud superficial y epidérmica, con la práctica generalizada de la broma y de la boutade, en definitiva, es la antítesis a la profundidad de espíritu y a la seriedad como actitudes vitales. (...)”.  Sigue la cita: “Esta tesis, muy extendida y muy practicada, se está imponiendo sutilmente en distintos entornos, de tal modo que todo lo que tiene peso, sustancia, ideología, forma de convicción o de creencia, o bien tenga la expresión de un sentimiento intenso u hondo, debe ser ecualizado y tamizado por la virtud de la frivolidad".  Si bien gran parte del entorno que rodea a Bossi cumple más que obedientemente con esta premisa, los poemas de él son una lucha constante para bordearla y no caer en ella, esto es no caer en la pavada. Así como se lo ha tildado a Manuel Puig de rozar la futilidad, bien se sabe que éste pasó una lima áspera por sobre la mediocridad y lo trivial para afinar, también él, a modo de alerta, qué es bordear sin intimar con la pelotudez que rige un canon.
Cuando leo a Bossi me parece estar leyendo a Charles Dickens, quien, según informa wikipedia, también recibió críticas de sus mejores lectores —Henry James o Virginia Woolf—, los cuales achacaron ciertos defectos a sus obras, como el sentimentalismo efusivo, acontecimientos irreales y personajes grotescos; sobre Dickens también circula un epitafio en su homenaje que dice: «fue simpatizante del pobre, del miserable y del oprimido”. También me parece estar leyendo en Bossi a Manuel Puig. Los dos describieron a seres cuyo desamparo es su marca en el orillo y su nobleza; los dos han reído y escrito sobre “lo común”, lo ordinario.  Los tres, Dickens, Puig y Bossi, elevan al pordiosero por sobre el burgués.
Osvaldo me ha pedido que le presente este libro que acaba de publicar. Qué veo en él. Veo, una vez más, un intenso trabajo que incluso podría llevarse a la dramaturgia sobre dos personajes: un snob no sólo lumpen enamorado de un poeta, y el poeta enamorado de un lumpen snob, no a la inversa: el poeta no es snob porque si hay algo que no hace es despreciar a su amado, como si éste fuese inferior a él; todo lo contrario; el poeta admira al lumpen por su propia carencia; él lleva tanto más desamparo que ese lumpen a quien admira. Rafa,un bello Catulo de 19 años, que no tiene la menor idea de quién es Catulo/y ni falta que hace”.  Leo, “pero no como Leopardi”,  dice ser “un atleta de la mistificación”. Quién de los dos personajes habla en este poema:
Yo sé que toda tu alegría
Yo sé que toda tu alegría, niño
no es otra cosa que un buen amigo
que llega, cuando empieza la noche
como una llave de luz,  un reloj
que hace con el tiempo cualquier cosa
cualquier cosa, menos
hacerlo trabajar. Cada uno
con su propia botella de vino en el corazón.
Y al mirarlos  (yo, sobre todo
que estoy perdido desde que soy un niño)
me encuentro. Te encuentro, querido amigo
hermoso como un sol de noche.

***
Quién de los dos dice en este otro:
He dado el paso…

He dado el paso
más importante de toda mi vida:
he roto con mi madre y he caído en tus brazos.
Romper y caer,  y caer
y caer.
Así de simple.
Ahora que el mundo se abre y mi casa 
la que he cultivado desde que soy un niño 
se cierra.
Guardo en una caja de mentira
los juguetes que he fabricado de verdad
a lo largo del tiempo, para escapar
del tiempo.
Hoy que mi madre se muere de indignación
por verme caer
con todo el peso de mi cuerpo
en tus brazos… 
Y es simple la caída
y por momentos, dulce 
y menos dolorosa de lo que imaginaba.

En realidad, quién lo dice es lo que menos importa. El poeta encontró la alegría. Porque amor no es dolor. Porque poesía es disfrute y caída. Una vez más, Osvaldo Bossi pisa el palito, cae en su pasión, que es escribir.

***
Acerca de Miguel Hernández, en el centenario de su nacimiento
Orihuela, España, (Orihuela, 30 de octubre de 1910 – Alicante, 28 de marzo de 1942)

Mi madre, férrea militante de izquierda, solía decirnos que Miguel Hernández era feo pero también, y sobre todo, un gran poeta. Que tener en cuenta su fealdad era de superficiales. Franco lo mandó a la cárcel, quiso separarlo de su familia y de sus compañeros republicanos para que sufriera las torturas y el castigo por leer sus poemas en las calles, al pueblo todo.

Por esa época, nunca me quedaba muy en claro la anécdota de cuando escribió “Nanas de la cebolla” a su hijo, a quien le habían salido cinco dientes. Esto era complejo; antes de leerlo, mi madre debía explicarnos que la esposa del poeta había quedado sola y tan pobre después que lo apresaron, que le daba al hijo jugo de cebollas para alimentarlo, o bien era ella la que comía cebollas y después lo amamantaba pero, a pesar de todo, le habían salido dientes, señal de que estaba creciendo. Todo esto se lo contaba al marido en una carta que le envió a la cárcel de manera clandestina. Y lo que intentaba decir Hernández ahí, seguía el relato, es la injusticia por la que estaban pasando y que la vida iba a vencer y no la muerte como pregonaba Franco. Mi madre agarraba un pañuelo anticipándose al llanto seguro que vendría al final, y luego nos leía el poema entero.
Un maestro exigente y amoroso

Hasta aquí, mi vivencia de cómo fue presentado el poeta en nuestra casa. Los libros de Losada, recuerdo, pasaban de mano en mano tanto o más que un Billiken. A decir verdad, lo que me conmovía o lo que prefería de ese poema no era sólo la historia que llevaba detrás sino cómo formaba cada metáfora o cada imagen; no era el empalagamiento nerudiano ni el casi surrealismo de Lorca; yo sentía por primera vez que no se dibujaba ni se vestía a las palabras: se decía. Miguel Hernández buscaba precisar, y significar con cada una de ellas: “La cebolla es escarcha / cerrada y pobre”, dice, o: “Vuela niño en la doble / luna del pecho / él, triste de cebolla, / tú satisfecho. / No te derrumbes. / No sepas lo que pasa / ni lo que ocurre”.
Con los años, mi relación con la poesía de Hernández se fue haciendo más intensa, una conversación entre un maestro exigente, no por ello menos amoroso, y una que empezaba a garabatear alguna que otra emoción análoga. Era, lo sigue siendo, como el que da el alerta cada vez que aparecía la cosa fácil, la repetición, lo falso.
En 1972 saludé la idea de Joan Manuel Serrat de musicalizar sus poemas, y aún hoy me cuesta separarlos de la melodía que Serrat les puso (o Alberto Cortez, en el caso de “Nanas…”). Creo que hay un antes y un después de ese disco para el lector de habla hispana. O, mejor dicho, me pregunto cuántos lo leen además de haber escuchado ese homenaje.
Si bien mi generación no escapó a la noble politización de la poesía de Miguel Hernández, creo que sí lo hicieron las generaciones siguientes; así como también desconozco cuál será la vivencia de éstas, o si conseguirán tamizar no sólo la ideología o su sonoridad. Del entusiasmo con que empecé estas líneas a la vana pregunta de por qué hoy se leería menos al poeta, es un trecho que puede explicarse con mil y un argumentos. Hernández leía sus textos subido a tarimas o barricadas; hoy la gente y los poetas en general suelen arrimarse a Google y curiosear no más de diez poemas. O no. O escucharán el nuevo disco de Serrat, en conmemoración del centenario de su nacimiento. “Umbrío por la pena, casi bruno / porque la pena tizna cuando estalla”; así siento yo también la pérdida de este gran poeta. Y me animaría a repetirle, como a un niño, entre otras tantas cosas: “No te derrumbes. / No sepas lo que pasa / ni lo que ocurre”.

De Diario Clarín, 30 de octubre 2010
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Acerca de un estereotipo y la distorsión

Nada mejor que ir al mataburros para aclarar las ideas. Llama la atención el título de un apartado del prólogo a la antología que acaba de compilar Jorge Monteleone para Alfaguara, 200 años de poesía argentina. La antología contiene a poetas que van de Vicente López y Planes a Laura Klein, y el orden es cronológico. La elección de los poemas es personal e inteligente. Hete aquí que el título de aquel apartado reza nada más y nada menos que “VOZ DEL GINECEO”. Mi molestia se hizo notar desde la cabeza hasta los pies, a pesar de que Monteleone cumple en señalar allí “el lúcido movimiento de las poetas argentinas que floreció con las nacidas entre mediados de los cuarenta y fines de los cincuenta, herederas, exégetas y lectoras de…”, y ahí sigue la enumeración de una serie de poetas mujeres solamente; lo que llamaría a confusión: por ser mujeres, ¿somos herederas, exégetas y lectoras sólo de ellas?; y por ser poetas, ¿seguiremos siendo sólo mujeres?

Me tocó hacer la antología POETAS ARGENTINAS (1940-1960), para Ediciones del Dock, allá por 2006. En el prólogo, así como evité la sociología, resalto: “A medida que los años pasaron, supo haber una mayor cantidad y calidad de antologías. Éstas últimas no reflejaban el crecimiento y la aparición de poetas mujeres en el territorio nacional, dado esto fundamentalmente en las provincias de Buenos Aires, Córdoba, Tucumán, Salta, Santa Fe y, obviamente, Capital Federal.

Este proyecto intenta, de algún modo, corregir las faltas de dichas antologías, así como mostrar o destacar el orgullo por ese número inverosímil de escritoras que surgió en un marco de apenas veinte años, entre 1940 y 1960”.
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Podría caer en la simplificación barata de preguntar, por ejemplo: ¿los poetas varones son herederos, exégetas y lectores de qué, de quiénes? La obscenidad de ubicar anatómicamente, y en este siglo, a escritoras se vincula con la obediencia a definiciones como las del Diccionario de la Real Academia Española; por demás tan anacrónica como el insistir en aislar al varón de su cuerpo y a la mujer de su cerebro:

gineceo.
(Del lat. gynaecēum, y este del gr. γυναικεῖος).


1. m. Departamento retirado que en sus casas destinaban los griegos para habitación de las mujeres.

2. m. Bot. Verticilo floral femenino de las plantas fanerógamas, constituido por uno o más carpelos, que forman el pistilo.
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verticilo.
(Del lat. verticillus).

1. m. Bot. Conjunto de tres o más ramos, hojas, flores, pétalos u otros órganos, que están en un mismo plano alrededor de un tallo.

Si las mujeres hemos sido mandadas a habitar en un departamento retirado de “la casa” en época de la Grecia Antigua, o si fuéramos ese conjunto de órganos que están en un mismo plano alrededor de un tallo –qué curiosa o burda similitud esta última–, la alegoría (o la metáfora) no cambia el punto de vista: el género de una poeta es la poesía.

Irene Gruss