viernes, 31 de diciembre de 2010

Más pudorosos que Dios

DICHOSOS los que baten palmas
y hacen ruido con los pies,
y contestan a los títeres, al
actor que bromea y ríen,
dichosos
el sordo que canta y silba
y el ciego afinado que mueve su cuerpo
y apunta su cara al cielo.
Dichosos los que saludan
por la calle,
bailan, sueltos
de andar, de nada para perder,
más pudorosos que Dios,
sinvergüenzas, dichosos.
Dichosos los que copulan
dormidos, y al despertar
copulan despiertos,
los viejos que charlan con
sus atadillos, y se burlan de las palomas
y del frío.
Dichosos los que lloran
porque son tristes
y los que ríen cuando
la lluvia empapa lo puesto
a secar, dichosos
el rojo, el azul y el amarillo.

De La dicha (2004), recopilado en La mitad de la verdad (ambos en bajo la luna editorial, 2008).

jueves, 30 de diciembre de 2010

La brasa, ahí

El tiempo que demoras en terminar cada cosa
igual al de las cosas a medio hacer.
Nada perturba:
ni la conciencia ni la ensoñación de ver algo
hecho y cerrado.
A modo de hilván y a medias todo.
Que un límite no cierre lo que no quieres cerrar: parece más vivo
lo inacabado. Allí el vestido sin doblar,
allí los hijos, idos; así un final, como un principio, entremezclado y sucio
de arena del reloj.
Así irresuelta, desparramado un eco, la brasa, ahí,
sin atizar.

De Poemas irresueltos

martes, 28 de diciembre de 2010

Personas

FRIDA KAHLO


Pintó el autorretrato, la risa
pérfida, incólume.
Un pasamanos le atraviesa el cuerpo,
parece más cruel que una cruz;
en el pubis hay
un cartel, casi
ilegible, "la vida es hermosa".
***
SOR JUANA


Hermana, hemos errado otra vez.
Tuviste conocimiento, y yo
algo me sé.
Los necios acusan como necios.

¿Por qué hiciste, Juana, de verdad
una ficción?
Finge
que no sabemos.
***
SAFO

Amiga, Safo, nos hemos confundido. Él
no era ella, y
ella
se había disfrazado
de él. Ni siquiera
Catulo, el pérfido, pudo
notarlo, ni los dioses
quisieron
darnos una sola señal.
El amor quizá sea nuestro
deseo único: el otro
se confunde
como la niebla,
blanca. Te has cantado a ti misma,
¿lo ves ahora,
amante?

De Solo de contralto (Galerna, 1998), recopilado en La mitad de la verdad, bajo la luna editorial, 2008

jueves, 23 de diciembre de 2010

Si dijera que este bosque es una cortina

Paisaje


Si dijera que este bosque es una cortina,
acacias envalentonadas por el verde claro,
el amarillo rimbombante en la flor,
así embisten la altura, la delgadez los pinos,
mareado, mecido o arrastrado todo por Viento,

qué figura lírica bastaría,
qué estructura o forma
anularía la demasiado dulce
transcripción naturalista,
esas zonas que Cézanne puso en blanco,
para no equivocarse y/o dejar de mirar.

Inédito

martes, 21 de diciembre de 2010

¿Quedará sólo el trazo?

PENTIMENTO


Si se desvanece la capa gruesa de témpera
y lo que vio
fue mascarada y miseria, miseria y mascarada
qué queda de mí, qué sucede
si la cuota
de lavandina no desarma
pero desvela
eso que no fue sólo miseria,
angustia, en colores, chicos y chicas
bailando o sufriendo en colores
¿quedará sólo el trazo?
¿el multiforme pero no un trazo
rudo, ascético,
mudo?
¿y quedará como cicatriz o
llano dibujo,
no muy dolorido, ni siquiera aburrido, que
devino de mí, de fábula y realeza?

Si la témpera se opaca por la lavandina
¿quedará acuarela?
¿Habrá textura con qué
ver que el arrepentimiento no lo tengo
no era mío
ni existe?
Y quién, qué
desviste la pintura
semejante.

El subrayado pertenece a Thomas Mann.
**
De La calma (Ediciones Libros de Tierra Firme, 1991), recopilado en La mitad de la verdad, bajo la luna editorial, 2008.

sábado, 18 de diciembre de 2010

He amado la noche

Quién me quita lo bailado


Pido peras al olmo. Las saboreo:
son deliciosas.
He pedido gato por liebre;
me lo han dado.
Me han contado historias libidinosas
a medianoche;
gozaba, con cada palabra,
con cada gesto.
He amado la noche
cuando amanecía,
amé la muerte, y
soñé
con la realidad.

De Solo de contralto, Ed. Galerna, 1998, recopilado en La mitad de la verdad, bajo la luna editorial, 2008

martes, 14 de diciembre de 2010

Agradece la piedad del buitre

EL SACRIFICIO



Cordero degollado,
mirás al cielo sin pedir
clemencia.
El sacrificio se postergó
hasta el mediodía. Eras joven
y debías fornicar, rumiar
la hierba. Tu cabeza, ahora,
yace erguida
como la contradicción.
Tu garganta sangra y es lógico.
Todavía aullás como un lobo
desde esa posición en que te han puesto
para el sacrificio.
Todavía hay violencia y dulzura
en la contorsión de las patas
y en el cuerpo que cuelga
iluso,
pesado.
***
PROMETEO


Por darnos el fuego,
el buitre te mordió los ojos:
lo hizo más como dádiva
que como un daño. Observa, si puedes,
desde la órbita vacía
qué hemos hecho con el fuego de los dioses.
Mira cómo reprodujimos
sutil y misteriosa consistencia,
las formas variables del fuego.
Mira la guerra: sustancias químicas
penetran los trajes de soldados
mercenarios, víctimas apasionadas.
Mira el calor del hogar: pérdida
de gas, llama viva en el momento
más inoportuno. Pareciera
que los hombres ya
no lo precisáramos.
Hemos ardido tanto y
nunca nos bastó
la leña.
Ahora que estás ciego y helado
en la cumbre de la montaña,
castigados y desaparecidos tu
obstinación, tu tributo,
pregúntale al coro
a quién nos toca entregar
la antorcha,
agradece la piedad del buitre, y
cuida tus llagas
amorosamente.


De Solo de contralto (Galerna), recopilado en La mitad de la verdad, bajo la luna editorial, 2008

lunes, 13 de diciembre de 2010

Si la antena de la radio funcionara

EN LA RUTA


Lo único que podría curarme
o que al fin me sacara de este hospicio
es subir a un auto de línea sport
no muy confortable
pero amplio
que lo manejara
un hombre pudiente
potente
y valeroso
o sea temeroso de sí.
Si él aceptara conducir hasta la ruta
(odio el límite de la ciudad,
ese bochorno de la pobreza salpicado por uno que otro
cardo o girasol),
donde comienza la fila larga y azul del lino
o los maizales, amarillos,
si la antena de la radio funcionara
yo podría quitarme este peso de encima
podría mirar las cosas de forma diferente.

Sin que intervenga, sin presión de ningún tipo
este hombre serio o
sonriente
me acariciaría suavemente la nuca
de manera tal
que mi pelo pajizo se convertiría en lacio
mi nudo nervioso pasaría a
relajarse,
y podría mirarlo de frente, sonreírme yo también
o al menos
dibujar un nombre en la ventanilla
sin problema, como si él no existiera.
Entonces yo tomaría el volante
y mientras él descansara
(mirando fijamente la mano contraria)
me pondría a cantar esas canciones de
preguerra que tanto enloquecieron a la generación
anterior.
Sólo así podría dominar mi ira
solamente así.

Cuando el auto se haya alejado bastante
y el calor sólo sea
esa curiosidad
por las mariposas estrellándose
contra el motor,
y el hombre a mi lado no se inmute
ni se inmiscuya
cuando la
alegría
sea lo único que me plazca.

De La calma (Libros de Tierra Firme, 1991), recopilado en La mitad de la verdad, bajo la luna editorial, 2008

viernes, 10 de diciembre de 2010

La pared

XVII

De luto
frente a esa pared:
restos descansan, dice.
De quién, qué resta
hablar a la pared.
Destruir dice;
reparar, acusa el coro,
lo ido o lo deshecho, restos
de quién, qué ashes
citan
de profundis.
Réquiem por esa pared.
No volverán padres ni golondrinas ni el benteveo que percute
divina partitura: haya paz,
descansen, descansen en paz;
la pared se derrumba al ritmo
de un metrónomo: tac tac
negras, bemoles no, tac
¿No lo veis? Cristo yace,
y lo demás, lo que ha partido
a batuta de doble filo: acercaos
a la pared: nada que lamentar, ni
un solo quejido ahora,
chito. Escucha
el murmullo eterno del No;
es más claro que el agua.

*La cita en cursiva pertenece a Marguerite Duras.
De La pared, inédito

miércoles, 8 de diciembre de 2010

ADELANTO

EL ESGUINCE
Irene Gruss

esguince.
(Der. del lat. vulg. exquintiāre, desgarrar).
1. m. Torcedura violenta y dolorosa de una articulación, de carácter menos grave que la luxación.
2. m. Ademán hecho con el cuerpo, hurtándolo y torciéndolo para evitar un golpe o una caída.
3. m. Movimiento del rostro o del cuerpo, o gesto con que se demuestra disgusto o desdén.

La veo venir desde la esquina, tomada del brazo de su hermana. Yo en la puerta fumando para rajar de la familia y a la vez esperar tomando el fresco, angustiarme solita como dios manda, ver de qué lado podrían llegar o aparecerse. La ambulancia las dejó en la esquina de Rawson, a expreso pedido de mi madre, “así caminamos un poco”. “¿Va a poder?”, cuenta después que dijo el camillero. ¡Faltaba más!, le respondió, y ahí se acercan las dos, como quien viene de la plaza. Cerca de la medianoche avanzan, una rengueando y la otra con dos paraguas en una bolsa medio rota. ¿Qué hacés acá?, ¡Viniste!, grita mi madre, y yo la abrazo.
***
Mi madre, sentada en medio del comedor, rodeada de la parentela, pregunta para qué tanto lío con el hielo si estamos en su cumpleaños.
Como la fecha no es la indicada, nadie abre la boca; Juana va y viene con una palangana mientras yo saco cubitos de la heladera y renuevo el agua puteando por lo bajo. Mi tío Pedro lee o hace que lee ensimismado y Clarita dice que se va, que es tarde, no va a molestar a la caída. “¿La caída?, ¡pero qué se cayó ahora!”, mi madre espeta. “Nada, vos callate”; ésta es la voz de mi tía Alicia, la mayor, mientras muerde uno de sus canapés y acota: “Hay que terminarlos; coman, che”.
***
¿A santo de qué la arbitraria comparación de lo del esguince con la caída del Muro de Berlín?, ¿metáfora o alegoría?, ¿diatriba o elegía? Tiempo al tiempo. Nada se mueve ni cae porque sí. Mucho menos si se habla de absolutos mármoles, ladrillos que el Hombre ha construido, en pos de proteger ¿un sueño, una ilusión, el frenesí? La vida es sueño, y las ideas caen solas, no así una madre que dice, acaba de decirme, que el diario no se compra más en esta casa. Bien por ella, pienso, mientras veo La Nación del día de la fecha sobre la mesa. Para qué –agrega–, ¿para hacerme malasangre?; de ninguna manera, yo ya le di al Partido lo que le tenía que dar; ahora que vayan ellas.
¿Ellas?, ¿por qué mi madre dice ellas? “¿De quién hablás?”, pregunto.
—¡De quién va a ser, de ellas, las funcionarias digo! Yo ya fui, hice todo lo que tenía que hacer; ahora que vayan y le protesten a Montoto porque se acabó la fiesta. El oro de Moscú, je. Se lo llevó a la tumba Stalin, dios me libre. Tanto sacrificio… ¿Y ahora? Ahora que se arreglen.
***
Debo dar apenas una aproximación, una mera o mínima idea sobre el modo en que mi madre me ha ido formando. La imagen nunca fue la de dos personas sentadas que charlan normalmente; por el contrario, ella insistía en hacer al mismo tiempo algún trabajo, a fin de demostrar que la quietud no es posible, que el tiempo no se despilfarra. Así me hablaba entonces mientras pegaba tela adhesiva a la manguera para regar el pasto o se subía a la mesa, plumero y trapo en mano, a desempolvar los caireles de la araña. Sus palabras, más que nada, eran axiomas, apotegmas, por demás confusos, quizá para poner a prueba mi capacidad de abstracción desde niña. “Dios no existe; Papá Noel no existe; los Reyes Magos tampoco. Son los padres”; así afirmaba. En consecuencia, fui aprendiendo a formular preguntas como: “Y si son los padres, por qué no me comprás el regalo y listo”; solución de inútil resultado que fui archivando a medida que pretendía ahondar acerca de la existencia. “Tu padre es un hombre frustrado; heredó la mueblería, menos mal, para parar la olla, pero de comerciante no tiene nada”. Esa era otra de sus enunciaciones que solía hacer cada tanto, con un tono piadoso; así como la colosal “Si yo milito es por vos; porque si todos tienen un mundo mejor, vos también lo vas a tener; y si yo no estoy en casa es precisamente para hacer el bien a todos”. Era un razonamiento loable, sobre todo cuando la criatura que lo escucha no sólo no entiende qué concepto será “un mundo mejor”, sino que apenas acepta eso de hacer el bien a todos. Porque, veamos, un médico va, arregla un hueso, hizo el bien y vuelve a su casa lo más pancho; ¿pero cómo se hace un mundo? ¿Qué bien hará mi madre –piensa años más tarde la criatura– cuando ella dice que hoy tiene reunión de célula así que no la hinche? ¿Qué parte del mundo será el Comité Central, del que habla como si se tratara de la cima del Himalaya?
***
El modo de acercamiento y/o contacto que mi madre efectuaba venía casi siempre acompañado de algo que traía en su mano derecha, según mi edad y la ocasión pertinentes. En la etapa escolar, solía aparecerse con una botella de querosén, infalible remedio para erradicar piojos y liendres, lo que podía alternarse con un buen chorro de agua fría en la nuca, a fin de eliminar a un mismo tiempo berrinches o pataletas, considerados, ya en esa época, como simples llamados de atención. Mucho más adelante, el folleto de Evanol, baluarte de una educación sexual precoz pero no menos instructiva, actuaba como catalizador de un diálogo difícil de transcribir. En síntesis, recuerdo cómo apretaba una servilleta cuando me explicaba que tanto la menstruación como el coito eran fruto de la Naturaleza, y que este último sólo podía ser practicado bajo los influjos de un amor seguro, estable, definitivo. Según el discurso de mi madre, dicha seguridad iba a marcar un estado de alerta ante el degenerado que quisiera aprovecharse o, por fin, ante el amor verdadero; “una se da cuenta”, decía, y cerraba el folleto.
El objeto más contundente era el Canto General de don Pablo Neruda, que implicaba buena parte de la tarde de un sábado a la lectura oral de sus poemas, especialmente el inefable “Margarita Naranjo”, que ya copio debajo de estas líneas. Dicha lectura era interrumpida más de una vez por el llanto de mi madre, momento en el que yo aprovechaba, con la excusa de ir a buscar más pañuelos, para pasar por la cocina y morder un pedazo de queso, o más bien me demoraba mirando por la ventana cualquier cosa que estuviese viva:

“MARGARITA NARANJO”


Estoy muerta. Soy de María Elena.
Toda mi vida la viví en la pampa.
Dimos la sangre para la Compañía
norteamericana, mis padres antes, mis hermanos.
Sin que hubiera huelga, sin nada, nos rodearon.
Era de noche, vino todo el Ejército,
iban de casa en casa despertando gente,
llevándola al campo de concentración.
Yo esperaba que nosotros no fuéramos.
Mi marido ha trabajado tanto para la Compañía,
y para el Presidente, fue el más esforzado,
consiguiendo los votos aquí, es tan querido,
nadie tiene nada que decir de él, él lucha
por sus ideales, es puro y honrado
como pocos. Entonces vinieron a nuestra puerta,
mandados por el Coronel Urízar,
y lo sacaron a medio vestir y a empellones
lo tiraron al camión que partió en la noche,
hacia Pisagua, hacia la oscuridad. Entonces
me pareció que no podía respirar más, me parecía
que la tierra faltaba debajo de los pies,
es tanta la traición, tanta la injusticia,
que me subió a la garganta algo como un sollozo
que no me dejó vivir. Me trajeron comida
las compañeras, y les dije: “No comeré hasta que vuelva”.
Al tercer día hablaron al señor Urízar,
que se rió con grandes carcajadas, enviaron
telegramas y telegramas que el tirano en Santiago
no contestó. Me fui durmiendo y muriendo,
sin comer, apreté los dientes para no recibir
ni siquiera la sopa o el agua. No volvió, no volvió,
y poco a poco me quedé muerta, y me enterraron:
aquí, en el cementerio de la oficina salitrera,
había en esa tarde hecho un viento de arena,
lloraban los viejos y las mujeres y cantaban
las canciones que tantas veces canté con ellos.
Si hubiera podido, habría mirado a ver si estaba
Antonio, mi marido, pero no estaba, no estaba,
no lo dejaron venir ni a mi muerte: ahora,
aquí estoy muerta, en el cementerio de la pampa
no hay más que soledad en torno a mí, que ya no existo,
que ya no existiré sin él, nunca más, sin él.
***

Uno de amor

Que te quede de mí
ese ruido de amapolas
endebles y furiosas
besándote,
y guardes la mirada
perdida, detenida
en algún punto fijo, como
si te mirara detenidamente,
perdidamente,
y te toquen la memoria
mis manos
como si te tocara,
y veles
el cuerpo vivo,
increíblemente vivo
que tuve.

De Solo de contralto, recopilado en La mitad de la verdad, bajo la luna editorial, 2008

sábado, 4 de diciembre de 2010

Las veces que tuve, no las que amé

Conté con los dedos de mi mano
las veces que tuve, no las que amé.
Las yemas de los dedos
se quedaron mirándome, las líneas
de la mano rieron (¿amé
lo que tuve? ¿Quise decir
quiero un poco
de esto o de aquello,
gané, perdí semejante
generosidad?).
Ahora que me aferro
a lo que tengo _como a un poco
de nada_,
veo líneas que una burla desecha,
y lenta, tiernamente abro
el puño, dejo caer
la arena, vuelvo a tomarla.


De Solo de contralto (Ed. Galerna, 1998), recopilado en La mitad de la verdad, bajo la luna editorial, 2008

viernes, 3 de diciembre de 2010

¿La verdad?, ¿de qué verdad me hablan?

La mente de águila de un viejo*


I

Mi madre levanta las mortajas de sus muertos, muerde
o chupa, parte
a otra cosa.
¿La verdad?, ¿de qué verdad me hablan?, dice
mientras intenta nadar, atada como está,
hacia una isla. ¡La vida
por la humanidad!, grita espantada, ahora recuerda eso,
ella daba la vida, lo recuerda entre bocado y bocado de un pan
embebido en leche tibia, delirio
en el ocaso y cena.

*Basado en "Un acre de hierba", de W.B. Yeats
***
II

Extiendo la mano no como una mano sino
como si fuera mi pecho.
¿Esto era lo que querías?,
digo y asomo un bocado dulce
entre los dedos.
Mi madre trata de elevarse. Dame, dice,
y atada como está a una silla, estira su mano
hacia mi mano. Es leche, digo,
y endulzo su boca. Es esto.

Inéditos